Por Ricardo Ortiz, director de APAP.
Entre publicistas y marketeros, durante los últimos años, el adjetivo “empoderada” se escuchó tanto como su antecesor “aspiracional”. Sabemos bien qué definen (por lo menos el primero), sin embargo no dejan de referirse ambos a modelos que mostrar.
Si la mujer, poco a poco, se está abriendo espacio en la sociedad es por sí sola; es bastante pretencioso pensar que es gracias a que como comunicadores la pusimos en actitud desafiante y segura de si misma en cada sesión de fotos, o creamos alguna campaña para mover cifras de desigualdad o violencia.
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Ciertamente, en el Perú y el mundo seguimos sufriendo desigualdad, violencia e injusticia, sin embargo algo se ha avanzado en la visibilización de estos males que nos aquejan casi desde que el ser humano vive en sociedad. Felizmente empiezan a verse algunos avances que muestran cómo lentamente empezamos a recorrer el camino. ¿Cuánto tiempo tomará? No podemos saberlo, pero es tan urgente empezar a ver avances significativos como cambiar nuestro comportamiento frente al medio ambiente.
En medio de discursos empoderados de todo tipo y casi habiéndonos acabado todas las poses desafiantes o “seguras de sí mismas” en sesiones fotográficas, castings y rodajes, surge una figura que puede convivir e ir balanceando dicha presencia omnipresente cuando a consumo en casa nos referimos: el papá.
Una encuesta publicada por Ipsos Perú reporta que, 800 mil hombres peruanos están asumiendo un rol más activo al momento de compartir las tareas del hogar, siendo un 31 % de ellos los que clasifican en el rol de “papá pingüino”. Cada vez aparecen más ejemplos, más casos de hombres haciéndose cargo de la casa. En muchos casos no lo aceptan y en muy pocos lo manifiestan con orgullo, pero ahí están. Más cerca de lo que imaginamos.
No estamos hablando de los parrilleros y cebicheros eventuales, que luego de la faena demandan que “otros” laven los platos. Hablamos de verdaderos expertos en limpieza, orden, cocina, transporte, finanzas, asesoría escolar y cuidado de los hijos. Nada mal para quienes vinieron de familias donde todo eso se veía como el trabajo de quien no “lleva los pantalones” en la casa.
Por último y SÍ menos importante, los que todavía se resisten a extinguirse: los modelos “aspiracionales”. Familias perfectas, chicas y chicos flacos y felices acompañados del jingle fácil que al menos aportará al awarness de la marca. Felizmente cada vez son más escasos.
Es tiempo de ponernos a trabajar en buscar un balance más real, estos son solo dos ejemplos, uno manoseado y el otro recién descubriéndose. Démonos el trabajo de ir más allá, miremos un poco más a nuestro alrededor y dejemos de ver referencias en nosotros mismos. Aunque no podamos cambiar el mundo, algo podremos aportar. Retratémonos de una manera responsable, real y sigamos convenciendo a nuestra audiencia y lo más importante, no la defraudemos.
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