Escuchar no es lo mismo que oír, aunque se usen como sinónimos.
“¡Para la oreja!” es una forma popular de decir “¡Oye!” y tal vez sea una insinuación de pedir que se escuche, pero como digo, no es lo mismo uno que otro.
Escuchar requiere de prestar atención a algo determinado, es una situación de “alerta cerebral”. Oír es simplemente recepcionar o percibir a través del sentido del oído, sentido que se externaliza por las orejas, órganos físicos externos que los seres humanos y muchos animales poseemos.
Generalmente oímos, pero no nos detenemos a escuchar; es decir que actuamos mecánicamente y nuestro cerebro cumple una función simple, sin ponerse en marcha eso que llamamos escuchar, que requiere, lo dije ya, atención y concentración.
Es así que el dicho “Le entró por una oreja y le salió por la otra”, grafica perfectamente el tema; no damos importancia a lo que verdaderamente importa y entonces llegan hasta nosotros sonidos que pronto serán olvidados. Por esta razón -la necesidad de que algo se escuche- es que los mensajes de la publicidad debe estar construidos de tal manera que atraiga y logren que se les preste atención: que se escuche lo que se dice y que esto se apoye con imágenes que complementen los mensajes.
No es sencillo, porque hay que conocer no solamente lo que se dice, sino sus razones y envolver todo esto en un atractivo envoltorio que “provoque” abrirlo y descubrir finalmente ese “interior” que es el mensaje y sus sugerencias; nada más ni menos que como si fuera un caramelo de atractivo envoltorio.
Dicen que “No hay peor sordo que el que no quiere oír” y yo agregaría que el que escucha, piensa.