No es ni antes, ni después de ella.
Eso lo escuché, desde niño, de mi padre, que era lo que se dice, “alguien super puntual”.
Y es que la puntualidad es esencial en la vida. Cuando uno se retrasa o adelanta, por lo general todo cambia y ya no es lo que hubiera sido o podría ser. A veces cuando hay un retraso o adelanto, y “algo” sucede o no, nos percatamos, pero lo terrible es que no nos damos cuenta y lo que es peor, no nos importa.
Al dicho “A quien madruga Dios lo ayuda” se podría contraponer “No por mucho madrugar amanece más temprano”, otro dicho popular; pero no es una discusión acerca de cuál tiene la razón, sino algo que indica lo que se suele dejar de lado (por no decir que “se carece de”) y que se llama educación.
La educación quisiera que se entienda como la consideración que se tiene para con las otras personas y aquí “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”, viene a pelo.
La educación implica respeto por los demás, pero empieza por respetarse uno mismo y la puntualidad, que puede parecer un “uso” sin mayor importancia ni relieve, es vital para que todo funcione de manera adecuada. El tiempo en sí, no tiene principio ni final (o tiene un comienzo, pero no sabemos cuando será su final) y el ser humano ha aprendido a medirlo para dividir ese espacio. Eras, siglos, años, meses, semanas días, horas, minutos y segundos, han servido y sirven para dividir ese espacio que llamamos tiempo.
No soy un “experto” en tiempo, pero toda mi vida, desde que fui consciente -gracias a una frase que mi padre repetía y a su ejemplo- he sido puntual. Aprendí que era mejor esperar que ser esperado y que el tiempo se dividía en propio, el de los demás y el que con ellos compartíamos; como decía el publicista mexicano Eulalio Ferrer, si es que no me equivoco, el publicista debe saber cargar (toda la parafernalia que hasta hace un tiempo requerían las “presentaciones”) y debe saber esperar (esperar al cliente, a sus decisiones y a tanto más que significa tiempo); la frase era más larga, pero lo que quiero resaltar aquí es la capacidad para asumir lo que significa el “tiempo de espera”.