Tal vez ninguna profesión “tan acelerada” como la publicidad, donde todo es urgente, “para ayer” y donde el tiempo parece un cohete en pleno ascenso.
Lo digo, porque durante más de medio siglo he estado sometido a la presión inmensa del “¡Ya, ya!”y a esas temidas “fechas finales” que parecen reducir el calendario a una hoja donde lo único que hay son tres palabras: “HOY ÚLTIMO DÍA”.
Pero creo que eso es lo que me gustó siempre: la adrenalina que produce esa energía que nos impulsa a solucionar el problema, a escribir y a forzarse para encontrar el texto más acertado, la frase más sonora. El tiempo se convierte en un retador y la misión es ganarle la partida.
Es verdad que eso no puede significar en absoluto el “perder la cabeza”, sino que ha de motivarnos a pensar y hacerlo con cuidado, sin aturullarnos, ni dejarnos intimidar por la “fecha final”, porque tenemos que saber que resultaremos vencedores, como en otras tantas ocasiones.
Se llama, creo, “confianza”. Sí, confianza en uno mismo. En su habilidad y profesionalismo. No por nada es que somos redactores creativos para la publicidad, esa apurada y veloz dama, que sonríe.