Me presto la frase del maravilloso decimista peruano Nicomedes Santa Cruz: “A cocachos aprendí”, que es el título de una de sus más populares décimas, para hacerla mía, ya que en verdad, mi aprendizaje publicitario fue a coscorrón limpio, porque yo de escribir no es que supiera mucho y de publicidad… ¡Nada!
Me equivocaba, me corregían, me volvía a equivocar y las correcciones venían (lo tengo bien presente) subrayadas con bolígrafo rojo, especialmente de un director de cuentas que supongo, cansado de tanto corregirme, se hizo mi amigo.
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Aprendí por el viejo método de “acierto y error”, solamente que, en mi caso, el error estaba primero y si había acierto, lo guardaba en mi cabeza, y trataba de no volver a “meter la pata”, cosa que es bien brava a la velocidad que, en publicidad, te piden las cosas, porque todo es “para ayer”, la “fecha final” pende como espada de Damocles sobre uno y cuando coinciden varias fechas finales.
Me tuvieron paciencia, me dejaron husmear aquí y allá, respondieron a mis preguntas más naif y ahí iba yo, tropezando, pero volviendo a levantarme después de cada caída, sacudiéndome el polvo y soñando con unos “spaghetti carbonara”, en el restaurante “Spaghetti Club” del primer piso. “Mi escuela fue la agencia”, diré yo, en vez de la usada “Mi escuela fue la calle”, porque McCann fue el lugar donde aprendí el ABC de la publicidad y donde, en el corto tiempo que estuve, pude echar, aunque sea una mirada, a las demás letras de este abecedario fascinante que es la profesión…
De allí en adelante, resumiendo casi 53 años para no alargarme, abusar y cansar, seguí aprendiendo; adquiriendo eso que se llama “experiencia”, con las subidas y bajadas propias de aquel que va por las escaleras de la vida, con lluvia o con sol, con buen o con mal tiempo … Estoy seguro que lo aprendido, es solamente una parte infinitesimal de lo que hay por conocer en estos vericuetos que la publicidad tiene, pero lo que pude aprender, tuve la suerte de compartirlo con chicas y muchachos, ávidos de conocer los “secretos”, que no lo eran en absoluto, de un mundo atractivo, pero a la vez extraño y quizá intimidante. Aquí, voy a decir –como pausita- una barbaridad, y es que se dice que los médicos entierran sus errores, los abogados los meten presos y los publicistas, al igual que los periodistas… ¡Los publican!
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La experiencia de este más de medio siglo en las trincheras de la publicidad, yo diría que me ha proporcionado un bagaje abultado e inestimable, pero ligero de llevar; una “ciencia”, en cuanto esta es conocimiento. Llamémosla, “la ciencia de las cosas y de las personas”. La experiencia publicitaria, me ha hecho conocer al ser humano y me permitió transmitir lo aprendido y que pude comprobar, personalmente, que sí funcionaba.